jueves, 28 de abril de 2016

aniversarios




Acabo de cumplir 40 años. No tengo trabajo, ni hijos, mi familia se rompe en pedazos y no me queda esperanza. Hace 21 años que me diagnosticaron un síndrome ansioso-depresivo que, desde entonces, me ha acompañado como el más fiel de los amigos, en una relación nociva, autodestructiva y agónica que no soy capaz de finalizar.

He tocado fondo miles de veces, y he vuelto a salir a flote. Cada vez es más difícil; el fondo se aleja de mis pies escapando hacia abajo, abriendo simas abisales que me arrastran más abajo, más lejos de todo y de todos, sumiéndome en una oscura soledad en compañía que lastima como flechas que desgarran la carne ya lacerada. El fondo es más abajo, la superficie se escapa de mi vista. En algún momento puede que pierda el recuerdo de la luz y me deje adormecer por los cantos de sirena de la profundidad infinita y me suma en ella en un viaje sin retorno...

Y, lo peor, es no saber cómo pedir ayuda...

sábado, 21 de noviembre de 2015

días de lluvia




por fin ha vuelto la lluvia...
esta tierra húmeda bañada por el mar salvaje no entiende de sequías; o, al menos, no entendía.
meses de secano trastocan los colores de mi mundo, desatan las alergias, agudizan la pesadez del aire...

la lluvia vuelve para limpiar mi decorado

me despierta el golpeteo en los cristales y no puedo evitar sonreír... el agua purificadora está aquí... le ruego en silencio que caiga sobre mí, que se lleve la tristeza, las ganas de mutar en pelusa de sofá o colchón, la astenia perpetua, la apatía crónica que me mantiene encerrada en esta casa-útero de donde parece que nunca volveré a salir...

abro la ventana y me golpea el frío

echaba de menos la caricia cortante del aire polar en la cara. me devuelve la sensación de estar viva, de sentir. el calor me seda, me adormece en un sopor artificial. el frío retorna a mí una vaga ilusión de fuerza.

martes, 30 de septiembre de 2014

exhausta, vacía y perdida...

 
 
dicen que pienso demasiado. dicen que soy demasiado sensible, que todo me afecta sin medida, que mi vulnerabilidad es extrema. dicen que soy inmadura, infantil e irresponsable, egoísta e ilusa. demasiado soñadora. demasiado idealista. demasiado confiada. y demasiado gorda.
 
nunca dicen que soy demasiado tierna, demasiado cariñosa o demasiado responsable. jamás les he oído decir que me esfuerzo demasiado, que trabajo demasiado, que es demasiado tratar de contentar a todos en todo momento.
 
no recuerdo que de sus labios haya salido nada que haga pensar que creen que soy demasiado buena, demasiado lista, demasiado perfeccionista...
 
jamás entenderán el daño que me hace su crítica constante y despiadada, su visión sesgada de mi realidad. nunca verán que resaltar siempre las debilidades, los fallos y las carencias no incita a mejorar, sino a la desesperación, la autoflagelación, la depresión...
 
tampoco serán capaces de entender que todas esas debilidades atroces que ellos ven son producto de sus acciones. no comprenderán que mis miedos y dudas nacen de sus crítica, que mi inmadurez enraíza en su falta de confianza, que mi obesidad se engendró en su sistema de comida-recompensa, que mi naturaleza soñadora nació de la evasión de una realidad anodina, fría y falta de demostraciones de cariño.
 
yo intento entender, porque la paternidad es algo muy grande, nadie nace aprendido y todos intentamos hacer lo que podemos con las armas de que disponemos.
 
mis padres no son perfectos, como tampoco lo soy yo. pero su amor duele. sus expectativas me destrozan. su actitud de reproche y su política del chantaje emocional me deja exhausta, vacía y perdida.
 
exhausta, vacía y perdida.

miércoles, 1 de agosto de 2012

En estas últimas semanas, la maternidad - o el deseo de renunciar a ella- está en boca de todos. Especialmente de todos los que quieren, como ya viene siendo habitual, imponer creencias religiosas como estatutos legales. Yo, buena ilusa que soy, ya lo dice mi padre, quería pensar que, a estas alturas de la película, ya teníamos todos claro que el estado y la iglesia no deben JAMÁS ir de la mano, como tan fácilmente criticamos en los países que profesan el credo musulmán y lo aplican desde el gobiernos de sus naciones. Sigo sin entender esa enfermiza necesidad de imponer las ideas propias a las mentes ajenas. No creo que a nadie se le ocurriese imponer a una mujer que debe abortar en contra de sus principios o sus creencias. ¿Por qué, entonces, quien cree que está mal hacerlo quiere imponer a los demás su perspectiva? ¿No somos todos adultos y capaces de tomar nuestras propias decisiones, en coherencia o divergencia con la fe, las ideas o los principios de cada uno? Pero me hiere especialmente que se quiera legislar sobre la terrible decisión a la que una mujer, una familia se enfrentan cuando se les confirma que el bebé que viene en camino no está sano. ¿Quién puede dar clases de moralidad a otro en esa situación? ¿Quién puede juzgar? ¿Quién se atreve? Durante dos años fui voluntaria en un centro para personas con discapacidad mental. Pude conocer de cerca lo dura, difícil, agotadora que es la vida de las familias de las personas que sufren una parálisis cerebral permanente, de personas con síndrome de down, de hombres y mujeres que dependen -en distinta medida, acorde con su nivel de independencia, autosuficiencia, integración, etc.- durante toda su existencia de padres, hermanos y familiares. Tuve la oportunidad de vivir lo que es el amor más incondicional, el de los padres, pero llevado aún más allá: la dedicación exhaustiva, atenta, cariñosa y constante de muchas familias. Pero también vi de cerca un miedo atroz, profundo, con el que tienen que convivir: "¿qué será de mi hijo/hermana/nieto cuando nosotros ya no estemos aquí?". Aprendí a no juzgar a las familias cuando no sabían qué hacer, cuando mostraban miedo, cuando estaban cansados de pelear contra un mundo que quiere que sus hijos nazcan pero luego los relega a un plano de invisibilidad, de ciudadanos de cuarta, incapaces o estúpidos... ¿quién puede criticar que haya quien no pueda, o no quiera enfrentarse a eso?¿quiénes somos los demás para opinar siquiera? No se puede legislar sobre los sentimientos. No se pueden imponer ideas... bueno, claro, sí se puede... pero eso no se llama democracia, ¿no?

domingo, 11 de septiembre de 2011

ave fénix


¿cuántas veces se puede empezar de nuevo?
¿cuántas reinvenciones soporta un ser humano?
¿cuántos folios en blanco se tienen para reescribir la historia?
¿cuántas capas de piel podemos mudar?
¿cuántos caminos bifurcados, retorcidos, rectos, paralelos, hay para recorrer?

cuando era niña, mi soledad me hacía feliz.
mis libros, mis juegos, mi extremado orden, mi mundo diminuto, era más que suficiente para completarme. pero la adolescencia me sembró semillas de duda y de inseguridad, ansias de agradar, de encajar. siempre he pensado que, en algún punto en ese proceso, me olvidé de quién y cómo era en realidad, y renuncié a mi esencia para vivir una búsqueda, la búsqueda de un punto de encuentro entre el mundo y yo, un lugar donde sentir que pertenecía, que mi yo no chocaba frontalmente con el resto de yoes del universo. pero me equivoqué. me transformé. me amoldé. jugué a un juego en el que no era yo quien imponía las normas.

y bebí demasiado, besé demasiados labios y acaricié demasiados cuerpos. bailé todas las canciones. me fumé todos los pitillos. canté a voz en grito, jugué borracha en los columpios, hice amigas que ya no están, y me subí a la barandilla de un puente...
viví. se supone que me divertí, pero no. el sentimiento de vacío crecía, me absorbía. una extraña sensación de ausencia, de nostalgia de algo desconocido, de carecer de sentido...

y amé. amé mucho, y, por respuesta, obtuve migajas y desprecio.

y me alejé. del mundo, de mí. y caí. al vacío. al averno.

pero renací. fui tan fuerte... dejé atrás el dolor, el desprecio, el sinsentido y las barandillas... y casi ni lo recordaba. y me encontré conmigo en un rincón. ya ni me renonocía. y entonces volví a bailar, a cantar, a sonreir. con el mismo rostro, pero sin rictus de incomodidad.

desde entonces me he caído muchas veces. bueno, quizá no tantas, pero los golpes fueron tan duros que me despellejaron las rodillas, y el alma. de algunos aún no he conseguido levantarme; de otros quedan cicatrices; no quedan marcas de todos.
pero a veces me olvido de que me quedan rodillas para muchos otros tropiezos.

quizá aún no sepa quién soy, ni vaya a saberlo nunca. pero quiero mirarme al espejo y recordar que, pase lo que pase, me levantaré de nuevo.

domingo, 7 de agosto de 2011

al olvido




como en la canción de los Elefantes, regalo al olvido todo lo que guardo en el cajón, en ese cajón donde he ido acumulando basura inservible, lastres, cadenas del recuerdo oscuro.
ha llegado el momento de hacer limpieza y volver a empezar; de dejar espacio vacío para rellenar porque, como en el autobús, si no sale alguien no se puede entrar.

hoy mi media langosta me ha preguntado quién soy, desde cuándo he desarrollado todos estos hábitos autodestructivos que se han asentado como rutina, por qué últimamente veo tanto la tele y leo revistas de "chicas" que antes me resultaban repulsivas... dónde estoy yo entre este barullo, estre todo este ruido...
tengo la impresión de que en algún punto que no recuerdo eché a andar y perdí el rumbo, y ahora no sé regresar al hogar, como si el mar hubiese borrado mis huellas en la arena, como una Gretel que ha llegado a la casita de dulces para descubrir que todo es un engaño, y empacha...

es tiempo de desandar lo andado. de parar y mirar alrededor. de coger la mano de Hansel y huir y, como en otra canción del ya roto grupo de Shuarma, "abrir más ancho el camino" de vuelta a casa...

viernes, 5 de agosto de 2011

cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana??





hace tiempo ya que oí por primera vez este refrán en una canción del último de la fila; yo siempre he sido más del "contigo, pan y cebolla", pero, claro, nunca había vivido a base de cebolla y pan, la verdad.
hace ya dos años que no tengo un trabajo decente. con decente quiero decir duradero en el tiempo y poco más, que no he recibido yo nunca tremendos estipendios por mis labores. como decía, hace ya dos años que no trabajo. mi media langosta se desloma en un trabajo a media jornada que, aunque interesante y con un ambiente inmejorable, aporta a nuestras arcas comunes unos 500 eurazos cada mesecito. el alquiler de nuestro nidito de amor es de 400. no creo que haga falta decir más. soy licenciada, con doctorado en literatura finalizado y tesis doctoral pendiente... más bien nunca acabada, porque nuestros ingresos no pueden costear el material que necesitaría para acabar la labor.

desde que conocí a mi media langosta (me gusta llamarle así por Phoebe, de la serie Friends) hemos sido piña, uña y carne, un equipo en y para todo. hemos pasado por altibajos económicos, enfermedades y fallecimientos cercanos y familiares, el doloroso alejamiento de algunos que creíamos cercanos... siempre juntos, siempre de la mano. pero nunca habíamos sobrellevado una situación económica y laboral tan precaria como la actual. sin mis padres estaríamos en la calle y no tendríamos ni pan ni cebolla que llevarnos al buche. esta situación ha generado una tensión callada, un abatimiento insondable, una desesperación muda que ha ido ganando posiciones en este nuestro hogar. la presión es tal que hasta el gatichuelo se resiente, nervioso, insomne a veces, comatoso en su hipersomnia otras, rascando unos pellejos irritados por su intranquilidad.

hacía mucho tiempo que no me iba a la cama con esta sensación de enfado, tristeza, rabia, desesperación... se me han pasado las horas como segundos infinitos; incapaz de conciliar el sueño, de concentrarme en la lectura, de relajar la mandíbula que ya me duele sea noche o día (el bruxismo debería estar penado por ley), me he levantado a buscar más que consuelo desahogo en este espacio artificial del anonimato público.

amo profundamente a mi media langosta. adoro a mi gatichuelo azabache.
tengo miedo.
me pregunto cuántas parejas, cuántas familias, cuántos seres solitarios en esta noche acunan su insomnio echando cuentas mentales para saber si podrán comer mañana, si pagarán el recibo de la luz, si tienen algo que puedan vender para pasar el amargo trago que, inevitable, se aproxima. y también si el amor puede apagarse cuando restan pan y cebolla, o, peor aún, sólo hambre...